Hoy os traigo un microrelato que tuve que hacer para un trabajo de clase. Como sigo con trabajos y proyectos del grado, tengo poco tiempo y falta de inspiración (que viene cuando menos me lo espero). Os voy dejando lecturas para degustar... así no os abandono.
Después
de dos meses en casa, donde mi aula y mi formación se trasladaron a mi
hogar, y con la pantalla abierta al mundo, la vida me permitió aprender a
perseverar. Que las cosas a veces no salen como a uno le gustaría que salieran,
que los cambios provocan pánico si no se tiene la capacidad de adaptación, y
que es la perseverancia el motivo por el
cual el éxito cobra sentido. Ahora los hogares se han convertido en el mundo en
el que antes las horas corrían entre sí, mientras que éste se ha paralizado
hasta que sane. Y con todo ese tiempo, la vida me permitió aprender a gestionar
el tiempo reconociendo que éste es oro y un tesoro así no puede desperdiciarse. Y no solo es el
aprendizaje de su gestión, sino también de su valor que tantas veces olvidamos
y se pierde en la rutina de lo que consideramos seguro. Porque ahora, hasta el
simple hecho de quedar con las personas que quieres para tomar café, es lo que
echamos más de menos. Porque la vida es así. Y porque son las pequeñas cosas
las que hacen la vida tan grande.
La
vida me permitió el aprendizaje hacia el mundo de las tecnologías, el descubrir
formas nuevas de realizar actividades, de potenciar la creatividad en este
momento en el que es fácil mantenernos aburridos, en indagar en la
investigación y poder fiarse de las capacidades de uno mismo…ese momento de
introspección, a veces tan necesario, donde podemos aprender a amar a uno
mismo. De trabajar la paciencia en todos sus sentidos, y lo dice alguien que
quiere que todo sea ya, cuanto antes mejor. Puede ser que la vida no espera
nada, y mientras tanto nosotros debemos esperar en la vida, demostrándole que
la esperanza sí es buena, que la vida no se trata en qué esperar, sino en quién
y porqué esperar. Démosle razones para quedarse.
La
vida me permitió el desarrollo de la escucha activa en mi hogar. Infinitas
veces son las que acabo escuchándome a mí misma y quejándome de que nadie mira
por mí, y ahora la visión se torna cuando veo que por esa misma razón soy yo la
que otras infinitas veces miro por mi egoísmo y antepongo mis necesidades y
apetencias a los demás. Y en casa sí que se puede ejercitar, en pasar tiempo
con la familia y darte cuenta que el prójimo es igual que tú, que no eres ni
mejor ni peor. Sí, hay diferencias, pero sí, somos iguales. Y ver que a ese que
tienes al lado le pasan también dificultades, viéndote reflejado en ese espejo
que tantas veces tapamos con una sábana para evitar vernos desde fuera. Y sí,
la vida me permitió y me permite el poder alentar al reflejo de ese espejo que
eres tú y que soy yo.
Hace
un año que me veía una completa inútil, sin ser capaz de salir del agujero que
yo misma me había cavado. Hoy, analizando el viaje que he hecho desde ese
momento hasta ver lo que tengo, puedo decir que sí se puede. Que pueden venir todas
las pandemias que quieras. Todas las crisis que quieras. Hoy es el Covid-19,
mañana puede ser crisis emocional, pasado puede ser la precariedad laboral, al
otro puede ser un mal día. Pero que la vida nos está haciendo ver que hay que
celebrarla, que no le demos importancia a tantas tonterías de las que hacemos
un mundo, nos permite descubrir que hay
vida después de la muerte, que estamos hechos para avanzar y ser más fuertes,
teniendo la fe y la esperanza adecuada para ello. Y que hay una palabra para
definir la fuerza que seguro, algún día, vendrá a festejar con nosotros la
victoria. Y esa palabra se llama: RESILIENCIA.