miércoles, 23 de marzo de 2022

Nuevas todas las cosas

 Hoy ha sido un buen día. Un gran día de hecho. Cada vez me voy dando más cuenta de que el perdón viene bajado del cielo, que por tus propias fuerzas solo sale orgullo y soberbia, y que todo es continuo aprendizaje. Voy encontrando poco a poco el sentido de todo, y que tengo que aprender a preguntar para qué y no el por qué. También he de decir que el hecho de ir descubriendo de qué está hecho el corazón hace que quiera, aunque con miedo, apostar por aquello que aparentemente es humillación, pero que luego se convierte en bendición. 

Con lo difícil que es reconocer el error y la culpa, y lo fácil que es crearse paranoias... El combate sigue estando, pero esta vez Él ha vencido. Y la suerte de sentirse perdonada en la Tierra, hace que pueda ver el cielo y sentir perdón desde ahí arriba. 

Aún así, me queda mucho por aprender y que trabajar, esto no ha hecho nada más que empezar. Sigo en pie en el desierto del que llevo viviendo hace unas semanas, pero también he podido ver, dentro de él, lo que parece ser la tierra prometida. Y todo por mirar al cielo y rezarlo con el corazón. 

Sí, hoy ha sido un buen día. Y espero mantener esta paz, al menos, lo que queda de semana.

lunes, 21 de marzo de 2022

¿Cronofobia?

 Ando en el tren divagando sobre mucho y nada a la vez. Si mi frente tuviera una pantalla, no daría tiempo a reflejar alguna idea o escena con la claridad suficiente como para poder rescatar algún detalle de las mismas. Y aún así, observo detenidamente el vagón en busca de algo que me llame la atención. Al lado de los asientos en los que estamos sentados mi macuto y yo, se encuentra un matrimonio, de unos sesenta y pico. El hombre se ha pasado gran parte del trayecto mirando al frente, quizá le pasaban las ideas como a mí. La mujer ha estado un rato durmiendo apoyada en su marido, y luego se ha puesto a mirar el móvil. Acto reflejo, el marido ha hecho lo mismo. Inocente de mí, que se me ha pasado por la cabeza el pensar que, siendo matrimonio y al estar al lado el uno del otro y se limitan a mirar el móvil, me doy cuenta de que mi viaje ha sido igual o peor que el de ellos en ese sentido. Me descubro haciendo lo mismo, qué tonta de mí, y acto seguido me avergüenzo.

Y para no sentir demasiada culpa, busco algún tema del que escribir, puesto que me acuerdo del blog. Así distraigo la cabeza y alejo un poco ese sentimiento que verdaderamente es lo que merezco pero no me apetece darle vueltas. Además me viene bien, ya que intento subir algo más a menudo y procuro cuidar más la escritura... pero no se me ocurre nada. Y como el móvil es el compañero de viaje, ese que ha hecho darme cuenta de que estaba justamente criticando lo que tenía en las manos, busco en internet ideas que puedan ayudarme a traer la imaginación. Entre algunas de estas, veo lo que me llama la atención: escribir sobre recuerdos o sobre el dolor de crecer. Y de repente he oído un inexistente clic. 

Me lleva a pensar que en unos días cumplo 23 años, idea que me da vértigo desde hace unas semanas. A pesar de estar en plena juventud, me aterroriza la velocidad que tiene el tiempo, y que era verdad eso que siempre decían y yo lo ignoraba: "el tiempo se agota y no te das ni cuenta". Me da vértigo porque no sé realmente si estoy disfrutando de estos años, y sufro cada vez que me descubro intentando acordarme de ciertos momentos (pasados hace pocos años en realidad) y no consigo traer de vuelta esos recuerdos. No sé si porque por la ansiedad que padezco, tengo esa etapa de amnesia temporal (cosa que descubrí hace poco que la ansiedad produce) o porque no los disfruto hasta tal punto de poder recordarlos. 

Sea como sea, termino esta publicación con una cosa clara. El tiempo, al igual que viene, se va. Y no sé cómo gestionar todo, tengo que seguir trabajando en la angustiosa ansiedad para poder llegar al menos a los 30 sin que me dé un jamacuco. Al fin y al cabo, internet me ha ayudado a encontrar algo de lo que escribir. 

viernes, 11 de marzo de 2022

Vigilia

 Todos oyen, pero no todos escuchan. Todos miran, pero no todos ven. Y todos hablan, pero realmente nadie sabe. El diccionario va encogiéndose en palabras más concretas, el vocabulario solo sabe de muerte, y las mentes crearán novelas de un solo género literario demasiado abrumador.

Desagradables sonidos se convierten en alarmas para despertar al mundo, y aún así, este sigue inmerso en el sueño de quien decide la evasión... y, en muchos casos, la deshumanización. Cada vez estamos más cerca de que la paz suene a utopía, desalentadora e inentendible para aquellos que no esperan en nada.

Miles de hogares se vuelven ceniza, miles de armas se convierten en ira y miles de almas se forjan en el fuego del sufrimiento. Mucha desinformación anda restando a la liberación. Cuánto nos queda por aprender del pasado, y mucho más por entender el presente. Por ahora, sabemos que aunque la historia se escriba y se recuerde, el ser humano se empeña en repetirla, haciéndose cómplice de su propia destrucción.

Con los pies en el suelo y la mirada hacia el cielo, con la esperanza de que la palabra utopía se quede encerrada en sí misma. Al igual que su contrario, la paz también es una elección. 

Y ante todo esto, ¿quién nos separará?